
Me he despertado tan pronto que no había saltado la calefacción. Mi hijo duerme enredado en su edredón –una pierna rodeándolo, otra tapada por él, los brazos arriba que esto es un atraco– y soy la única persona que deambula por este espacio que aún debería ser onírico pero ya estoy habitando. Entro al salón y hace un frío siberiano de la última calle de Móstoles, así que me resguardo en la bata y pienso que en cuanto me siente en el sofá me abrigaré con una manta, cosa que hago cuando termino de recoger. Antes, he ido a la nevera a por la verdura, cogido el heno y les he puesto el desayuno a los animales que lo piden en cuanto me sienten moverme por la oscuridad del piso. Quizá porque son animales de presa obligados a agudizar sus sentidos, a veces, pienso que son más intuitivos que las personas que conviven conmigo. Ellos se dan cuenta de todo.
Lo que dejé por hacer ayer sigue pendiente. Aunque verbalicé “hay que recoger el lavavajillas” nadie lo ha hecho. Los vasos y platos del día anterior esperan su turno de spa en el fregadero y yo resoplo al verlos como si fueran una carga irresoluble: aunque no lo sea, se percibe así cuando la tarea cae siempre del mismo lado. Me siento como tantas otras mujeres en la historia ocupándose de que la orquesta familiar esté afinada, pero invisibles a los ojos de sus propios componentes que dan por hecho su papel. Soy como Mickey en Fantasía moviendo los brazos de forma frenética para que los suelos se frieguen y el menaje se guarde, aunque mi magia consista en darle al botón del robot aspirador, qué cosas. Hacía años que no pensaba en esa película, muchos, y eso que en una tarde de sesión continua mi hermana y yo –no recuerdo si de aquella también estaba mi prima mayor– nos la vimos varias veces. Quién pillara uno de esos cines ahora para poder centrarse durante horas en otra cosa que no fuera la particular existencia, fuera del propio espacio, en la anónima compañía de silenciosos (con suerte) desconocidos.
Me he preparado un café, tratando de recordar por el dibujo de la cápsula si era de mis favoritos, y he cogido el ordenador dispuesta a escribir todo esto que me estaba pasando por la cabeza en un ejercicio unísono de escritura automática, terapéutica y creativa. Y aunque mi voz crítica esté trabajando al tiempo que tecleo, creo que Marisa estaría orgullosa de mí. Marisa es mi profe de escritura creativa y todo un descubrimiento del extinto 2024 que ha contribuido junto al propio impulso, Diego Armin y Maïder Tomasena a que volvieran mis ganas de CREAR, de jugar y de tomarme menos en serio. Todo un logro este. En mi cabeza resuena “dejarse llevar, suena demasiado bien” y me viene al pelo para este momento en el que estoy en comunión conmigo y el resto del mundo no importa, aunque importe siempre porque yo soy tendente a (pre)ocuparme por sistema.
Me he asomado por la ventana y vuelve a haber mucha niebla, como si la ciudad quisiera esconderse un rato más de las prisas y el ruido que la despiertan cada mañana, como si quisiera darse una tregua en este sábado temprano. Ayer coger el coche en esas condiciones se me antojó un gran desafío, pero no había más remedio y hacerlo me quitó miedos y despejó dudas. Solo hay que conducir con calma y estar pendiente, un poco como ocurre en la vida con todo lo que importa: saber poner el foco en lo que toca cuando toca como un tramoyista diligente en el estreno, pero también cada vez que el telón se levanta función tras función, consciente de qué sí y qué no, de cuándo va una cosa y cuándo va otra. De todas formas, el partido hoy es después de comer y ya se sabe lo que dicen “mañanitas de niebla, tardes de paseo”. Ayer se cumplió y hoy dan 17 grados de máxima, aunque ahora solo haya 9. Puede que conduzca con solete y me toque entornar los ojos. Sea lo que sea, lo afrontaremos como venga.
Nota: había escrito “achinar los ojos” y elegido esa frase como título cuando he pensado que quizá fuera una expresión racista, así que he decidido cambiarla. Si alguien puede sacarme de dudas, estaré agradecida, a mí me lo parece y por eso he buscado otra palabra. Revisarse, aprender, interiorizar y seguir.
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Sí, en una sesión continua de Reyes, creo que en el cine Tívoli, estábamos las 3 ❤️
Pues que me ha encantado como siempre. Sigue escribiendo que volarás alto