
Me he despertado a las 6 y pico tranquila y sin despertador. De un tiempo a esta parte no duermo nunca mucho más allá de las 7, aunque me haya acostado tarde, hoy no era el caso, ni de lo uno ni de lo otro: a las 23 h estaba en la cama. He intentado remolonear un rato, pero el silencio me me ha animado a salir de la cama para disfrutar de la casa antes de que arranque el barullo del día. He pisado el suelo, descalza, y he sentido el frío de la calefacción apagada al contacto con su superficie. He estirado el cuerpo, piernas, brazos, espalda, en un ejercicio que hago muy poco, pero que me sienta muy bien y he abandonado, sigilosa, la habitación, cerrando puertas a mi paso como si estuviera en Los otros: no quería que nada fastidiara mi desayuno en soledad.
Fuera, la noche aún era fuerte y, aunque el suelo de la terraza estaba seco, la humedad en el ambiente era bien visible en el horizonte. A veces, me da rabia tener que salir fuera a por la leche, pero en otras, como hoy, me gusta dejarme abrazar por esa calma oscura que me asusta cuando estoy en la calle, pero que adoro cuando estoy en casa. Mirar a mi alrededor, percibir qué ocurre fuera, el que pasea al perro a paso ligero, el que lo hace más despacio, el coche que circula lento esperando que la escarcha se deshaga –casi puedo ver al conductor exhalando una nube de aire caliente fuera de su cuerpo–… la vida ahí abajo tan ajena a mí.
De vuelta a la cocina, he preparado el café con espuma, la tostada (hoy con mermelada y mantequilla) y me he venido a este salón desde el que escribo ahora recordando que ayer la app de Apple TV me recordó que había un nuevo episodio de The Pitt. He pulsado el botón de encendido, he buscado Max, he puesto la serie. No sé qué me ocurre con las series de médicos que me engancho a todas. Bueno, a todas no, que Sin cita previa, el spin off de Anatomía de Grey, está abandonada en el episodio 7 desde hace muchas semanas. El caso es que The Pitt tiene ese aire a Urgencias que tanto me gustaba –y a uno de sus protas, Noah Wyle–: el perfecto balanceo entre las historias clínicas y las personales, unos personajes solventes y una fotografía de deprimente hospital público con sus largas horas de espera.
La característica principal de esta serie es que cada capítulo es una hora de trabajo en urgencias. Te lo recuerda un rótulo en cada principio, así que vas conociendo cada caso “en tiempo real” y te vas ahondando en cada una al mismo tiempo que los personajes. Hoy tocaba el episodio 8, lo que quiere decir que ya llevo una jornada completa de trabajador normal en el turno. Hoy tocaba episodio duro para una madre como yo.
No quiero hacer spoilers de lo que pasa o deja de pasar en la serie, pero si no quieres adelantos, quizá es mejor que no sigas leyendo más allá de esta línea. Si decides seguir, será bajo tu responsabilidad. Desde que tuve a mi hijo las historias de personas vulnerables, sobre todo las de niños y ancianos, me tocan el alma y el corazón de una forma que es difícil de describir. Me rompen, por injustas sobre todo, porque, al final, todas las personas merecen cuidados, pero en esos grupos de edad los merecen todavía más. Las historias protagonizadas por padres y por madres, aunque sus hijos e hijas no sean de corta edad, me destrozan porque soy capaz de ponerme en su lugar desde la empatía absoluta de quien sabe el abismo que se abre detrás de cada una. Si se trata de un hijo único, me pasa aún más. Y hoy ha tocado llorar.
Arrancar el día llorando por tristezas ajenas quizá no es la mejor forma de hacerlo, pero hoy me ha resultado liberador. Comentaba con mi psicóloga hace unos días que volvía a tener un bloqueo con las lágrimas, que es algo que me pasa cuando tengo una bola grande dentro, de esas que cuesta desmontar, tragar y deglutir, que yo no quiero ver. Y llevaba otro mes rumiando, supongo que parada ante esa certeza de la inacción consciente porque no hay otra opción en este momento. Esta mañana, sin que nadie me mirara expectante por si la emoción me desbordaba, lo he dejado fluir. Y me ha venido bien. Ahora, el día solo puede remontar.
Hoy traigo algunas recomendaciones:
La primera, evidentemente, The Pitt.
La segunda, Valeria, en Netflix. Me resistí mucho a empezar esta serie, pero una vez que lo hice, estoy absolutamente in. Como me pasa con Emily in Paris, es gustito visual para los ojos y en el caso de Valeria, siento que los personajes han tenido una evolución brutal especialmente en las dos últimas temporadas.
Y la tercera, esta charla entre Charuca y Ana Albiol en el podcast de la primera Jefa de tu vida que me enchufé entrenando esta semana. Lo de volver a entrenar un maratón, os lo cuento otra semana.
Suelo decir en sesión, que ver una serie, peli o leer un libro que te remueva y haga salir eso que está dentro es como usar muletas cuando te lesionas la pierna. Es necesario en momentos puntuales. Enhorabuena por conectar y dejar fluir 🫂 Valiente.
Gracias