La semana pasada estuve más horas en un hospital de las que me hubiera gustado. No llegué a hacer noche, gracias a la estancia en una UCI que impide acompañante y a la incomodidad de los hospitales públicos, donde por suerte te salvan la vida pero no te dejan espacio para el + 1 en la habitación, así que dormí en mi cama cada noche acompañada de un cálido y asustado cuerpo de casi 1,40 m que tan pronto descansaba tranquilo como saltaba, pateaba y braceaba atinando cada vez en el cuerpo de 1,60 m que descansaba junto a él. Es decir, en mí.
Fueron horas extrañas, de calma e incertidumbre al mismo tiempo, porque cuando hay un problema de salud el mejor sitio para estar es el hospital, pero resultaba difícil aceptar cómo habíamos llegado hasta allí. A veces, lo que parece una anécdota que cuentas sin más se convierte en el eje de tus días, como cuando buscas unos síntomas con la esperanza de que el Dr. Google no tenga razón, pero resulta que la tiene y casi te vas para el otro barrio. Algo tan inesperado que casi sientes que no puede ser verdad que esté ocurriendo, pero tan real que lo canibaliza todo y no deja espacio para nada más. Ninguna de las cosas que ocupan tu tiempo de forma habitual tiene espacio entonces, lo importante es en ese caso, de verdad, lo importante y es lo único en lo que se centra tu cerebro: en sobrevivir. Una cosa por vez, no hay que pensar en más.
Tengo una facilidad asombrosa para centrarme en los momentos más complicados, como cuando tuve aquel accidente de coche con Ruth y le dije “Lo primero, ¿estás bien? Lo segundo, ¿dónde está el chaleco? Póntelo antes de sair del coche” o cuando mi hijo casi se saca un ojo en plena pandemia y dirigí al padre a por el hielo mientras llamaba a urgencias para saber si tenía que plantarme en el hospital o era mejor que me quedara en casa al tiempo que le limpiaba la sangre de la herida. En esos momentos doy lo mejor de mí, hasta que la cosa está controlada y entonces ya me dejo ir. Y eso pasó la semana pasada también. El miércoles arrancó una migraña enorme que fui surfeando hasta que el sábado, de madrugada, me tuve que poner en urgencias. Vino la medicación en vena, la paciencia, el fútbol del niño y una nueva visita a urgencias, aunque esta vez no para mí. Resulta que ahora todo da miedo y es mejor salir pitando que quedarse con la duda.
La vida es una cosa maravillosa, compleja y sorprendente. Cada día ocurren un montón de imprevistos mientras nosotros nos empeñamos en darla por hecha, convencidos de que tras una cosa vendrá otra inexorablemente, porque así es como ocurre siempre… hasta que deja de ocurrir. Hasta que buscas unos síntomas en tu teléfono móvil un domingo a las 6 de la mañana y el lunes a las 7 tienes que salir corriendo a urgencias porque se repiten y estás casi seguro de lo que es. Y recalculas, aunque no mucho, lo justo para afrontar el siguiente imprevisto y poder seguir. Y te das cuenta de que eres más flexible de lo que pensabas, aunque te empeñaras en creer lo contrario.
Espero que sea lo que sea estéis bien, eres fuerte, eres un ejemplo y si la vida te cambia en unos segundos y al final hay que seguir, un abrazo grande