Si tuvieras que mudarte a una casa más pequeña, ¿podrías hacerlo? ¿Serías capaz de deshacerte de todo lo superfluo y quedarte con lo esencial? Durante años he visto programas de minipisos y minicasas soñando con mudarme a un lugar en el que bastara con un armario cápsula, una mochila pequeña y poco más. Hasta animaba a mi hijo diciendo “¿a que estaríamos genial ahí?”, a lo que él respondía, animado, que sí. Creo que no era consciente de la cantidad de juguetes que tendría que desechar para caber en uno de esos.
Antes de las vacaciones tuve que desmontar el trastero y después dos de los dormitorios para pintar algunas manchas de humedad una vez solucionadas. En cada ocasión he revisado, limpiado, tirado y puesto a la venta un montón de cosas. Menudo trabajo el de hacer fotos para subir a Vinted y Wallapop lo que ya no uso pero creo que puede servirle a alguien más, practicando el desapego. Esto no es nuevo, llevo años con ello, desde que conseguí manejar la ansiedad y mi cabeza empezó a estar más organizada pude hacerme cargo de lo que me sobraba. Aunque no de todo, la verdad, hay cosas que se me hacen bola. Lo de poner a la venta lo que sirve responde a dos cuestiones. Por un lado, no me gusta contribuir a que el planeta haga una digestión eterna. Por otro, lo de sacar un dinerillo extra siempre está bien, más cuando estás en paro, aunque lo del diminutivo es tal cual: no se saca mucha pasta vendiendo cosas aleatorias en Wallapop.
Cada vez que abro el trastero, una caja o miro la estantería del despacho, me encuentro con las versiones de mi vida que no fueron. Esto, a priori, no tendría por qué ser malo, pero yo soy una nostálgica empedernida y tiendo a la melancolía como abeja que se engancha a la miel. Por eso me cuesta mucho menos eliminar las cosas relacionadas con las versiones menos idealizadas de mi existencia, pero algunas otras se me hacen una bola enorme. Si tiene que ver con la Universidad o con un año en concreto de mi vida, el que repetiría, uf, eso es mucho más difícil, no hay forma de hacerlo cachitos, como si pudiera volver.
Pero, además, creo que ocurre otra cosa con esto de conseguir soltar. Pertenezco a una familia humilde, en la que el dinero nunca sobró, en la que comprar cualquier cosa se meditaba y remeditaba porque suponía mucho esfuerzo y creo que estoy reproduciendo el patrón, pero a la inversa. ¿Y si tiro algo, lo necesito en unos meses y no puedo comprarlo de nuevo? Es un lastre muy potente este, algo que no me permite vivir en libertad, que me carga la espalda hasta encorvarme, que no me deja respirar. O mejor dicho, dejaba.
Y digo dejaba porque estoy trabajando en soltar y en hacerlo desde la consciencia de que si no suelto es imposible crecer: seguiré enraizada en una versión de mí que ya no es. Recuerdo que la primera vez que escuché aquello de que Marie Kondo proponía despedirse de las cosas que te dieron felicidad me pareció un chiste. Imagino que no soy la única persona que lo vio así en aquel momento, pero con el paso de los años he conseguido entenderlo y, sobre todo, me he dado cuenta de que me ayuda hacerlo así. Recordar sin nostalgia, desde el agradecimiento, me ayuda a ser capaz de soltar. No te voy a engañar, los papeles (muchos, escribo desde que recuerdo) y objetos del primer grupo me siguen costando muchísimo, aunque confío en conseguirlo no vaya a ser que mañana logre el minipiso de mis sueños y no pueda mudarme porque mi pasado sea más grande que mi presente y mi futuro.
Yo aprendí a hacerlo por pura necesidad (llevo viviendo diez años en una de esas mini cápsulas) pero luego se vive más liviana y con menos cargas.