El multiverso en un octógono
Relato finalista del concurso Relato 48 de Editorial Ex Libric en su edición de 2023. Relato enviado a concurso, sin las correcciones de la editorial
Salí con los ojos bien abiertos y la luz del sol me obligó a hacer una visera con las manos. ¿Cuánto había durado aquello? No tenía ni idea. Aquel piso con las paredes peladas y las ventanas tapiadas había sido mi lugar en el mundo durante demasiado tiempo. Y pensaba aprovechar la oportunidad de escapar de allí. Me sorprendió mucho esa claridad punzante al otro lado de la puerta que había conseguido abrir hacía apenas unos segundos. Unas enormes ventanas horizontales conformaban un octógono que se asemejaba a una corona en la que parecía la última planta del edificio. Tardé más de un minuto en darme cuenta de que estaba fuera y todavía me llevó uno más ponerme en marcha. Me gustaría poder presumir de una huida épica en la que había noqueado a mi captor, pero solo aproveché un descuido que no sabía cuánto más iba a durar. Todo eran suposiciones. Pensé que mi mejor opción eran las escaleras, puede que hubiera visto demasiadas películas en las que, al abrirse las puertas del ascensor, aparecía el malo y no me apetecía convertirme en Sarah Connor, sobre todo porque no tenía a mano ningún arma. Busqué con urgencia la puerta, bajé el pomo y me encontré con unas paredes lisas de color gris cemento. Vaya, aquello era como sentirse “en casa”. Di gracias por las tenues luces encendidas, que me ayudaron a moverme por terreno desconocido y comencé a bajar pegadita a la pared, como si estuviera dejando pasar a los bomberos, que era lo que mi intuición me decía que debía hacer aunque me provocara agarrarme al pasamanos tan gris como todo allí.
Supongo que el cansancio me impidió darme cuenta al principio de algo que, al poco, fue una evidencia: aquello estaba muy alto. Tantas… ¿semanas? casi sin luz me habían sumergido en un estado de letargo del que no fue sencillo despertar. Bajé los primeros pisos casi a cámara lenta. Por eso, cuando levanté la cabeza junto a una puerta para leer “43”, pensé que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Llevaba moviendo las piernas una vida, ese número era imposible, no podía enfrentarme a tantísimos escalones como se suponía que me quedaban. Ya me hubiera gustado a mí tener razón. 42, 41, 40… me acercaba a mi edad y aquello no acababa nunca. Llegó la ansiedad. Conforme aumentaban mis nervios, lo hacían mis pulsaciones y tuve que apoyarme en la pared para respirar: estaba teniendo un ataque de pánico. Joder, no podía ser verdad: había conseguido escapar pero no terminaba de hacerlo. Pensaba en diversos escenarios en los que la historia acababa mal como si en mi cabeza se hubiera conformado un multiverso dirigido por el Dr. Strange.
Me eché a llorar. Gruñí. Golpeé la pared y me hice daño, lo que me faltaba. Pero no podía permitirme parar, así que seguí bajando. Escuché un ruido más arriba y pensé que sería una puerta abriéndose, así que me quedé muy callada esperando a que me descubrieran mientras trataba de evitarlo. No pasó. Tenía tanto miedo y tanta adrenalina dentro que mis sensaciones y pensamientos eran contradictorios todo el tiempo. Empecé a plantearme si estaba enloqueciendo. Llegué al piso 20. Pensé en todas esas carreras en las que, a partir de la mitad, me dedicaba a descontar para poder llegar al final y me dije que sería una buena estrategia esta vez. “Sólo quedan 19”.
Cada vez bajaba más despacio. Empecé a acusar el cansancio, la sed y la falta de comida. Los pensamientos intrusivos campaban a sus anchas, manejando el cotarro en mi interior. Me deslizaba sobre la pared buscando una fuerza que no podría transmitirme ni el Jedi más poderoso y casi había perdido la esperanza cuando vi un 0 en la pared. A tientas, llegué a la puerta y empujé la barra antipánico roja. Si arriba ya me había parecido que había mucha claridad, lo de la planta baja era un espectáculo. Casi podía tocar los colores de los haces de luz al descomponerse cuando atravesaban los cristales. Allí la estructura tornaba cuasi circular y giré sobre mí misma para inspeccionarla. Era un universo tan distinto al de la última planta que llegué a pensar que me había cambiado de edificio.
Miré fijándome en cada detalle: el suelo de madera, los sofás tapizados, las alfombras de pelo y esas lámparas con tulipas enteladas ofrecían un escenario tan cálido que invitaba a quedarse a vivir. Pero yo no podía hacerlo. No quería hacerlo. Cada ¿noche? antes de cerrar los ojos, pedía muy fuerte a ese dios en el que no creía volver a mi “coqueto apartamento de 40 metros” en Malasaña del que me había marchado para tomar unas cañas no sabía cuánto tiempo atrás. Y parecía que por fin estaba a punto de conseguirlo. Localicé en el centro de la planta baja un deshabitado puesto de seguridad. Quizá la vida me lo estaba poniendo fácil después de todo. Comprobé que no había nadie alrededor, lo que me parecía rarísimo porque parecía mediodía, y eché a andar hacia la puerta. Confiada. Sonriente. Feliz. Sirena.
Atronadora, con un destello rojo intenso y un cierre automático de puertas tan coordinado como en las películas de escapatorias carcelarias, una sirena dio con al traste con mi huída. Intenté correr hasta la puerta, pero no daba más, estaba exhausta. Pensé en las veces en las que había visto al protagonista exprimirse para sortear un nuevo obstáculo. Ni de broma. Qué gran mentira todo. Al tiempo que se cerraban puertas y ventanas como si aquello fuera un búnker, un papel cayó a mis pies. “¿En serio? Después de tanto despliegue, ¿mensajes en papelitos?” 一pensé. Y me agaché a recogerlo mientras me fijaba en que, con esas rejas salidas de la nada, aquello se había convertido en la misma cárcel que había vivido arriba. “Última planta. La puerta marcada en verde. Sube en el ascensor, nadie te va a hacer nada”. Vaya, parecía que me habían estado vigilando.
Pulsé el último botón. 48. Hostia, sí que estaba alto. Tardé poquísimo en subir, o eso sentí, supongo que no fue comparable con la bajada. Al salir, busqué con cierta desesperación la puerta marcada en verde. 24. Como mi cumpleaños. Planta 48, puerta 24, no pensaba tener que volver aquí de nuevo. Puse la mano en el pomo, tomé aire, miré en torno a mí, cerré los ojos y empujé. Me esperaban las mismas paredes grises, el mismo catre en el que llevaba durmiendo ¿días?, seguía sin haber luz… pero un pequeño destello llamó mi atención en un rincón de aquel minúsculo espacio. Era un ordenador. En su pantalla se leía lo siguiente:
En marzo de 2020, durante el confinamiento declarado por la crisis de la COVID-19, te suscribiste a un servicio de alertas relacionado con la pandemia. Al darte de alta, consentiste en recibir un reporte diario del número de casos, internamientos hospitalarios y muertes en el mundo. Es posible que lo recuerdes. Pero no leíste la letra pequeña, como casi nadie. Si le hubieras puesto atención, sabrías que también diste tu consentimiento para un experimento de aislamiento que se desarrollaría a lo largo de los 3 siguientes años. Estuviste a punto de librarte, pero uno de los participantes del último reemplazo… digamos que “abandonó” y pasaste a ocupar su “piso”, el 24 de la planta 48, el último de todos. Y, si te lo preguntas, sí, cada una de las plantas tiene ese número de puertas. 1152 personas habitan este edificio, aunque no lo parezca. Las circunstancias son parecidas: aislados, sin luz solar ni compañía, aunque algunas tienen ciertas comodidades, como servicios de streaming o equipamiento deportivo para entrenarse. A ti te ha tocado una de las más severas. Llevas aquí casi 6 meses.y el tiempo total del experimento es de un año, así que estás a la mitad. Algunas personas ya lo han acabado… en distintas circunstancias. No podemos darte más información”.
Terminé de leer en medio de una tiritona, tapando con una mano mi boca abierta, con los ojos tan abiertos que los sentía saliendo de las cuencas. Había empezado a llorar. No me hizo falta levantarme del suelo donde me había sentado a leer para saber que habían cerrado la puerta a cal y canto. Traté de pensar, aunque me costaba asimilar la información que acababa de recibir. Claro que recordaba aquella aplicación, durante las primeras semanas de confinamiento se había convertido en mi básico de cabecera y la actualizaba de forma frenética para saber qué pasaba en el mundo. También me recordaba diciendo “claro que acepto, no me queda otra para poder usarlo”, 9 de cada 10 veces cuando descargaba algo. Cuánto me estaba arrepintiendo. Cómo podía haber sido tan tonta.
El ordenador se apagó de pronto. como los televisores antiguos en las pelis con un sonido de desaparición parecido al de los magos. Traté de encenderlo, aunque sabía que no lo iba a conseguir, y tuve que rendirme a la realidad de que me quedaban 6 meses allí encerrada. La certeza me espoleó poniendo mi cerebro a trabajar en sus habituales planos multivérsicos. ¿Cuál era el propósito del experimento? ¿Qué querían probar? ¿Cómo había acabado su participación el anterior ocupante de mi celda (porque ya sabía que era eso de lo que se trataba)? ¿Había alguna forma de escapar de allí? ¿Encontraría otra oportunidad para hacerlo? Y, sobre todo, ¿qué pasaría después de salir? ¿Por qué las comidas eran tan frugales? ¿Por qué la persona 一o personas一 que dejaba la comida jamás hablaba? Joder, era mejor vivir en la ignorancia. Cada cosa que había pasado allí empezaba a tomar otra dimensión.
Me recosté contra la pared, tamborileando con los dedos contra el suelo. Empecé a murmurar una letanía interminable… y me perdí. No sé cuánto estuve repitiendo frases inconexas y balanceándome contra el muro, pero debió de ser mucho. Entonces entró. La primera persona que veía, ahora sabía que en meses, a cara descubierta me miró con una mueca sádica. Me enseñó una de esas enormes tijeras de podar. Tomó asiento frente a mí y dijo con una voz rasposa y sibilante “ahora debes pagar el precio de tu osadía”. Lo último que recuerdo es su cuerpo reptando para llegar a mí. Y un fogonazo de dolor que me fundió en negro.
Jolin, ¡que bueno! Me he quedado con ganas de saber que pasaba!! Ya te lo dije otra vez, pero es que es verdad, continua porque de aquí puedes sacar un thriller MUY bueno!! 🧡